Esta
carta está dirigida a un lector anónimo.
Porque
también yo soy anónimo. Mi profesión me lo exige. Soy un agente
secreto, un espía.
La
ventaja que tiene un detective aficionado sobre el profesional es
que no trabaja con un horario fijo. Y la ventaja que tiene un
espía es su anonimato, y su falta de escrúpulos.
Vivo
solo. No tengo una mujer, tampoco hijos. Mi trabajo no les
aseguraría nada, pero sí aseguraría sus espaldas de las
cucarachas a quien tengo que preservar.
No
es un trabajo fácil, somos los perdedores. Somos el trapo que
limpia las inmundicias del poder.
Es
un trabajo triste, debemos delatar a trabajadores y estudiantes.
Si
caminamos por la calle, siempre debemos mirar por sobre el hombro,
el temor nos acorrala. Sí no enfrentamos con un rostro, que
alguna vez tuvimos que delatar, cruzamos velozmente la calle.
No
sabemos de donde puede llegar la bala que acabe con nuestra vida.
Vivimos en la cuerda floja, en una constante zozobra.
No
tenemos amigos, no los podemos tener. No nos ligamos afectivamente
con nada ni con nadie.
Una
vez tuve un perro, pero un compañero jugó a la Ruleta Rusa con
él. Yo no lloré su muerte.
He
resumido como es el trabajo de espía, espiar y delatar.
Observo
el pequeño departamento. En ocasiones añoraba la presencia de
una mujer. Sólo a veces.
Esta
es la conclusión de mi pobre vida. Me resta un poco de vergüenza
y pido perdón...
Abrió
el cajón del escritorio, acarició con sus dedos el arma,
lentamente la tomó; apuntó a su sien y sólo un estruendo bastó
para quebrar el silencio de la noche.
María
Luisa Gunzer
(fue
alumna del Taller Literario "Tu Mundo Interior", y
siempre sigue viva en nuestro corazón)