A
Don Francisco Rodón Pons lo conocí en Los Gigantes (Córdoba),
en las excursiones organizadas por el Club Andino Córdoba, del
cual era un socio entusiasta. También durante las reuniones en la
sede social o en algún asado para compartir experiencias de
nuestras andanzas por las sierras de Córdoba. A Monserrat Rodón,
en la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba.
Tengo
entendido que era profesora de Castellano y Literatura en un
Instituto de nivel medio. Además, creo tenía un título
profesional relacionado con Bibliotecología. Sobre todo un trato
cordialísimo y eficiente con los que necesitábamos de sus
consejos. Y también, socia del CAC, y montañista igual que su
padre.
Don
Rodón, nos alentaba con su vivacidad y nos contagiaba el
entusiasmo por disfrutar de la naturaleza en la montaña.
Compartimos varias excursiones. Tenía un anhelo: hacer cumbre en
la montaña más alta de la provincia. Me contaba que se estaba
preparando para lograrlo. Por eso participaba en casi todas las
caminatas y ascensiones organizadas por el Club, como para
aclimatarse a un esfuerzo más exigente y prolongado.
En
enero de 1971 se le presentó la oportunidad. Irradiaba felicidad.
¡Iba lograr un sueño largamente acariciado!. El CAC organizó
una de sus habituales ascensiones al Champaquí. Padre e hija
participaron de la misma.
El
ascenso
No
puedo relatar exactamente cómo se desarrolló la excursión,
porque no estuve presente aquella vez. Pero ya había ascendido
por esa ruta y la repetí en varias ocasiones posteriores.
Lo
demás, son deducciones en base a los comentarios que me
efectuaron personalmente varios de los compañeros que sí fueron
partícipes de esa trágica aventura de montaña.
El
grupo constaba de unas 10 personas, todas socios de la entidad.
Subieron por San Javier. Era habitual hacer campamento en La
Constancia, lugar conocido también como Quebrada del Tigre
(actualmente los dueños de la hostería no permiten acampar). De
allí se salía bien temprano hacia la cumbre, por la Cuesta de
las Cabras.
La
duración promedio era de 6 horas hasta la cumbre. Allí se
almorzaba, con un corto descanso, para luego volver hasta La
Constancia antes de oscurecer. El descenso llevaba unas 4 ½
horas.
Creo
que la fecha era 9 de enero. Todos llegaron a la cumbre. El líder
del grupo, hombre experimentado en este tipo de montañismo.
Algunas mujeres adultas y varios adolescentes, mujeres y varones.
Y también Monserrat y su padre.
¡Don
Rodón estaba eufórico por la alegría de haber logrado la cumbre
a sus 68 años!. Monserrat, de 30 años, disfrutaba junto con él.
Después
de compartir todo el grupo este logro, comenzaron el camino de
retorno.
El
descenso trágico
En
aquel entonces no existía el camino que ahora viene desde Yacanto
de Calamuchita por el cerro Los Linderos.
Tampoco
había, en ese momento, otros excursionistas por la zona. Cuando
el grupo del Club Andino ya había recorrido el filo para luego
encarar la Cuesta de las Cabras, trataron de apurar la marcha pues
vieron que se estaba preparando una tormenta.
En
algún momento, Don Rodón sufrió una descompostura grave que le
impidió continuar la marcha.
No
estaban difundidas, como ahora, las técnicas de RCP, que quizás
hubieran ayudado a superar la situación, ya que aparentaba ser un
paro cardíaco.
El
único hombre adulto (45 años), líder del grupo, trató de
llevarlo sobre los hombros pero después de un rato se dio cuenta
que no podría bajarlo en esas condiciones. Los chicos
adolescentes y mujeres trataron de ayudar en la medida de sus
posibilidades. Además se desató la tormenta eléctrica con
fuerte viento y abundante lluvia, y sobrevino la noche.
Al
llegar a unos 2.100 m. de altitud buscaron refugio al amparo de
unas rocas.
En
esas circunstancias constataron que Don Rodón había fallecido.
Se decidió entonces dejarlo provisoriamente allí, y que todos
los demás bajaran hasta La Constancia para guarecerse y dar aviso
de la fatalidad.
Con
inmenso dolor por la pérdida de su padre, Monserrat no quiso
abandonarlo o no creyó en la muerte. Fueron inútiles los
esfuerzos de los demás para convencerla que bajara junto con el
grupo.
Finalmente
le dejaron suficiente abrigo para que pasara la noche allí.
Se
completa la tragedia
A
la mañana siguiente, cuando llegaron un baqueano y el líder a
rescatarla, consternados comprobaron que Monserrat Rodón también
había fallecido, abrazada al cuerpo del padre.
Convencidos
de que la ayuda ya era inútil, dejaron las víctimas en el lugar
y bajaron nuevamente para dar intervención a la policía y la
justicia.
Otro
día fueron rescatados los cuerpos y llevados a Córdoba para
darles cristiana sepultura, ante la congoja de familiares y
muchísima gente para la cual los difuntos supieron granjearse
admiración y respeto.
Consideraciones
Este
relato pretendió ser lo más fiel posible, dentro de lo que
permite la fragilidad de la memoria y de acuerdo a varios tristes
encuentros y conversaciones.
Versiones
libres derivaron en relatos más románticos, sin hacer referencia
a los acompañantes, aunque mencionando la terrible tempestad y
resaltando el amor de la hija que ofrendó su vida para tratar de
salvar la del padre.
Como
ocurre en todo accidente de montaña, se suscitaron críticas y
también alguna autocrítica, y se trató de aprender para evitar
en lo posible este tipo de tragedias.
Se
dijo que a la edad de 68 años no se debió permitir semejante
esfuerzo. Creo que existen sobrados motivos para descalificar esta
crítica. Además don Rodón participaba regularmente de
excursiones similares, aunque algo menos exigentes. Pero no había
evidenciado problemas de salud anteriores.
Familiares
dijeron que padecía de "problemas del corazón" pero
que él mismo lo habría ocultado siempre a sus compañeros de
montaña. A partir de entonces se tomaron más recaudos para que
los socios y/o participantes declararan su estado de salud y que
asumían el riesgo implícito en la actividad.
Más
difícil es explicar la muerte de la hija, pero se pueden hacer
muchas consideraciones debido al efecto psicológico causado por
el acontecimiento, y también referido a que a una persona que
pasa por este problema, agravado por las condiciones del tiempo y
la soledad, y que se abandona, le es difícil sobrevivir.
Mucho
se ha dicho que cuando la hija quiso quedarse, debió quedarse
alguien más para sostenerla a ella y ayudarla a pasar el trágico
trance. Comparto esta idea, pero al no haber estado allí, no me
atrevo a juzgar la conducta de los demás.
Otros
pensamos que don Rodón cumplió su sueño y murió haciendo lo
que le gustaba, pero que la muerte de Monserrat se podría haber
evitado.
Finalmente,
creo que esto demuestra que no hay montaña sin riesgo. Estar
alejado de un auxilio rápido y accesible, agravado por malas
condiciones atmosféricas, y algún descuido por errores o
desconocimiento humano, pueden desencadenar una lamentable
tragedia.
Nos
quede el recuerdo imborrable de las nobles condiciones y actitudes
de vida que nos legaron las víctimas.
Conrado
Verberck
Nota:
Conrado es belga de nacimiento. Vive actualmente en Junín de los
Andes -Neuquén- pero lo hizo durante muchos años en Córdoba y
fue un activo participante de las actividades del Club Andino
Córdoba. Luego se trasladó (como Director de una escuela nueva)
a Aluminé (Neuquén) para finalmente llegar a su actual ciudad de
residencia. Allí fue uno de los fundadores, hace más de 20
años, del Club Andino Junín de los Andes, entidad que se ha
destacado en la construcción de refugios de montaña en el
volcán Lanín (Conrado participó de esas construcciones). Ahora
está jubilado y no hay semana que no lo encuentre recorriendo las
montañas de los alrededores y, cada tanto, participando en
salidas más largas. Conrado es un Andinauta.